Los niños de ningún lado

2312601La huida partió en 2006. Tres años después del inicio de la Guerra de Irak, y en un bus que transportaba de manera ilegal a un grupo de palestinos hacia un terreno que, como aquellos adultos y niños, no pertenecía a ningún lugar. El destino, ubicado entre Siria e Irak, era un peladero cercano a una carretera que unía la zona fronteriza entre ambos países. Un lugar donde se instalaron dormitorios improvisados, carpas y en el que gran parte de sus nuevos habitantes se encontraba sin papeles que les brindara un lugar de pertenencia y de origen.

Eran los apátridas.

La Guerra de Irak marcó un punto de inflexión para cada una de esas familias. Años antes de partir, aquellos palestinos que inicialmente se desplazaron a Irak para protegerse de los conflictos religiosos en su país de origen fueron convirtiéndose en enemigos políticos en su nuevo país de residencia. “Mi papá fue secuestrado tres veces”, cuenta Marwan Taha (15). “Todas esas veces mi mamá tuvo que pagar su rescate. La última vez, entregó unas barras de oro que había comprado para que cada uno de la familia se recordara. Lo perdimos todo”, dice.

Marwan vivía en Bagdad, en un edificio donde se encontraban sus tíos, abuelos,  y él junto a su padre, madre y dos hermanos mayores. Uno de sus hermanos fue atacado por cinco iraquíes poco antes de arrancar a la frontera: lo golpearon en la cabeza con la parte trasera de una pistola hasta dejarlo inconsciente. Luego lo abandonaron. “Después de eso, nos llamaban por teléfono para amenazarnos o nos decían directamente que teníamos que dejar el país o algo muy malo nos iba a pasar”, recuerda Marwan.

El historial de secuestros y amenazas es el denominador común con la familia de su amigo, Mohamed Al Hamidi (13). Su tío fue secuestrado varias veces hasta que las amenazas de muerte lograron dispersar a su familia entre Jordania, Siria y algunos lugares de Europa. El, junto a sus papás y ambos hermanos, tomaron el bus que los llevaría al sitio fronterizo entre Siria e Irak, esa tierra de nadie de los apátridas. La única seguridad que tenían era estar ahí. Aunque no podían entrar a Siria, en ese tiempo un país seguro, tampoco los podían amenazar desde Irak.

Los niños, entonces, tomaron un rol activo en el campamento al que llamaron Al-Tanaf,  asediado por los más de 40 grados de calor en verano y un frío polar cuando llegaba el invierno: “Nos tocaba hacer hoyos y echar agua en ellos para que las serpientes salieran y pudiéramos atraparlas en frascos. Lo mismo con los escorpiones”, recuerda Marwan.

Las 300 familias que llegaron inicialmente aumentaron a 700 en menos de un año. Allí, la ayuda más inmediata que recibieron era de iraquíes y sirios que viajaban por la carretera en camiones y que les entregaban comida, hielo y agua. La existencia del campamento de los palestinos que malvivían en el desierto llamó la atención del Departamento de Extranjería y Migración del gobierno de Chile,  la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) y la Vicaría de la Pastoral Social de los Trabajadores, quienes visitaron el refugio. Haysam Abujida, quien llegó al refugio con su familia portando pasaportes falsos desde Bagdad, lo recuerda así: llevaron tanques de agua, camas, carpas y fueron haciendo listas para reasentar a las familias en países que tuvieran disposición de recibirlos.

Era noviembre de 2007.

Nunca habían escuchado la palabra “Chile”, hasta que fueron llamando una a una a las familias que podrían optar a salir del campamento para viajar en calidad de refugiados al país. El grupo de Marwan y Mohamed llegaron junto a otras 117 familias.

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“Les dijimos que no era un país rico, que no era un proyecto de mejoramiento económico, sino que era un proyecto de protección, que ellos se insertaban al nivel de gente de bajos recursos. Todo para bajar un poco las expectativas que podía haber de mejoramiento económico”, reconoce el coordinador del proyecto de reasentamiento, Alfredo del Río. La idea del Departamento de Extranjería era no repetir la experiencia de los inmigrantes de la ex Yugoslavia, que tras llegar al país en  1999 se fueron a los pocos meses decepcionados por la realidad económica que encontraron en Chile. A partir de esa experiencia, a las familias palestinas se les mostró imágenes de Santiago, Valparaíso y de todas las clases de la sociedad chilena. “Nosotros nos preocupamos de cumplir cada una de las cosas que se ofrecieron, ningún refugiado te va a decir que no cumplimos las cosas que dijimos. Ese fue el problema con la gente que venía de Yugoslavia”, explica Del Río.

En mayo de 2008, en calidad de refugiados, llegaron a vivir a zonas en donde la colonia árabe tenía una alta presencia. Los lugares escogidos fueron San Felipe, La Calera, Ñuñoa y Recoleta.

El siguiente paso del proyecto fue apoyar la inserción laboral. Los refugiados se debieron acostumbrar a que tanto hombres y mujeres debían trabajar para poder mantener una familia numerosa, como las de Mohamed y Marwan. El padre de este último tuvo que aprender a cocinar dulces árabes para su posterior venta, mientras que su pareja es chef de un local del mismo tipo.

Dentro del Departamento de Extranjería diseñaron un plan  de ayuda económica que se entregaba todos los meses y que tenía una escala descendiente: el aporte bajaba un 25% luego del primer año, otro 25% transcurridos 18 meses y se acababa tras cumplir los dos años. Las 29 familias lograron insertarse en la vida laboral al poco tiempo. “Antes, nosotros éramos nada, y ahora somos personas. Esa es toda la diferencia; una gran diferencia”, cuenta Haysam Abujida.

El 20 de junio de 2015, tras cumplir cinco años de residencia, de los 117 refugiados palestinos que llegaron en 2008, 65 mayores de edad recibieron, en una ceremonia pública realizada en La Moneda, la carta que los confirmaba como chilenos.

“La nacionalidad es una opción, no es parte de un programa. En el caso de los palestinos era muy importante, más importante que cualquier otro refugiado, porque eran apátridas. Para ellos, tener una identidad era súper importante”, dice Del Río. Esto implicaba que no podían viajar al exterior a ver a sus familiares, porque si eran detenidos en algún aeropuerto no podían acudir a alguna embajada.

Sin embargo, aún quedaba pendiente la situación de los hijos de refugiados, que no podían acceder a este beneficio por ser menores de edad.

Enterado de esta situación, el diputado de origen palestino Fuad Chahín (DC), junto a su par Jaime Pilowsky (DC) presentaron una moción que permite la nacionalización de menores de edad que fueran hijos de refugiados viviendo en Chile.  La ley fue rápidamente aprobada por el Senado y permitió el anuncio de la Presidenta un año más tarde: 45 niños iban a poder obtener la nacionalidad chilena, siendo los primeros refugiados menores de edad en tener la ciudadanía en la historia de nuestro país.

Para el día del anuncio, el pasado 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, en que se concretó la medida, la Presidenta Michelle Bachelet estaba advertida: por las costumbres culturales de los palestinos no debía saludar de beso a los niños que estarían en el acto en la Estación Mapocho. Ellos, por su religión -cuenta Marwan-, sólo pueden dar besos a sus madres y familiares. Sin embargo, la Mandataria se salió de protocolo y se acercó  para felicitar a Marwan Taha, quien tuvo que detenerla de inmediato: podía ser chileno, pero la tradición árabe aún estaba arraigada. El saludo, recuerda que le dijo él, debía ser con la mano.

“Chile tiene que sentirse muy orgulloso de la experiencia que ha adquirido en programas de reasentamiento. Después de procesos difíciles, dolorosos, hemos podido hacer un buen ejercicio de reasentamiento”, señala el jefe nacional del Departamento de Extranjería y Migración, Rodrigo Sandoval

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Pese a que ya habían pasado varios años desde que el Estado prometiera nacionalizar a los niños palestinos, hace tiempo que las dudas sobre dejar el país se esfumaron. El triunfo de Chile en la Copa América Centenario fue una declaración de principios para Marwan y Mohamed. Junto a sus familias -que se juntan frecuentemente- vieron el partido y se emocionaron al ver jugar a la selección nacional. “Estaba muy nervioso, no podía creer que el entrenador hubiese sacado a los mejores jugadores de la selección. Yo me siento de esa selección. Soy de esa selección”, afirma Marwan.

Al país llegaron juntos y apoyándose mutuamente en sus redes sociales. El primer mes, sólo sabían saludar y dar las gracias, por lo mismo fueron inscritos junto a otros refugiados en el Colegio Lenka Franulic, de la comuna de Ñuñoa. Las clases, para ayudarlos, las realizaban más lento, para que ellos entendieran las cosas que repasaban. “Nos hicimos amigos y fue bueno por eso, pero a veces no entendíamos todo”, confiesa Mohamed. Sus compañeros, en cambio, les pedían que tradujeran palabras al árabe, pese a que apenas entendían lo que les decían.  “Sólo tuve un problema con un compañero que me molestaba por mi origen, pero lo solucionamos conversando y no tuvimos que llegar a la violencia”, recuerda Marwan. Pese a la rápida inserción escolar que tuvieron, ambos niños abandonaron el colegio para tomar clases dictadas por internet. “Yo las prefiero así, porque tienes más facilidades, y si tengo dudas le puedo preguntar con calma a mi tutora”, confiesa Mohamed. El círculo, entonces, se cerró entre los amigos que les dejó el colegio y los de origen palestinos residentes en Chile.

Pese a la nacionalidad, cuenta Mohamed, tratan de mantener las tradiciones de su país natal: evitan el saludo de beso con mujeres que no son sus madres, ayunan para el Ramadán y van a orar a la mezquita As-Salam de Ñuñoa todas las semanas. La diferencia es una sola: la constancia. “Yo no estoy tan apegado a la religión, pero Mohamed no falta ningún día. Tampoco quiero que mi mamá sea quien elija a mi futura esposa, como ocurre tradicionalmente. Primero quiero escogerla yo y que ella vaya a pedirla después”, cuenta Marwan. Mohamed, por su parte, actualmente se encuentra aprendiendo el Corán en su idioma original. “Me sé casi ocho párrafos en árabe. En total son 30, y cada uno tiene 20 páginas”, cuenta.

El día del acto en la Estación Mapocho, Marwan fue el encargado de hablar en nombre de los 45 niños nacionalizados para agradecer a la Presidenta Michelle Bachelet pronunciando un discurso que había preparado días antes junto Dima Abujida, hija de Haysam. “Cuando yo tenía cinco años tuve que abandonar Irak, yendo al campamento Al Tanaf, donde tuvimos que vivir durante dos años. Ahí, la vida era horrible por la falta de agua, alimentos y ropa”, explicaba en su discurso antes de agradecer al gobierno y a los organismos que les brindaron apoyo.

La nacionalización es una oportunidad para volver a su tierra natal sin problemas. “Ahora nadie nos puede perseguir o discriminar por ser árabes. Si eso ocurre, tenemos una embajada a la cual recurrir. Estamos protegidos”, reflexiona Marwan.

De Chile, dice Marwan, lo que más me gusta es que uno nunca tiene miedo de salir a jugar. Lo último que supieron de sus amigos en Irak es que, hace unos meses, jugando un partido de fútbol, les explotó la pelota en la cancha.

Fuente: La Tercera