Los daños cotidianos que sufren los niños en las residencias que “no son un infierno”.

Hace unas semanas el director del Sename declaró que las residencias donde se internan miles de niños para ser protegidos, “no son el infierno que algunos han querido mostrar”. Para el psicólogo Matías Marchant, la opinión del funcionario pasa por alto la dura experiencia que viven los niños desde el momento en que son separados de sus familias. En este texto repasa las experiencias psicológicas dañinas que se omiten y donde el abuso sexual es sólo uno de los problemas.

Rolando Melo, el director Sename afirmó recientemente: “Las residencias no son el infierno que algunos han querido mostrar“ .  Sus palabras, sin duda, no nos ayudan a abordar como es debido el modo en que el Estado tiene que hacerse cargo de la protección de los niños que han sido efectivamente vulnerados en sus derechos.

Dado que la afirmación es una metáfora que no permite ser contrastada, propongo realizar un ejercicio que permita acercarse a la vivencia que tiene el niño dentro de las residencias. Sólo así el lector podrá encontrar las figuras, las imágenes o las palabras que den cuenta de la experiencia que viven los niños cuando requieren vivir en un hogar:

Desde el momento en que un niño ingresa a un hogar se ve confrontado a una de las mayores ansiedades que puede experimentar una persona, cualquiera sea su edad. El niño debe ser separado de sus progenitores e ingresar a un hogar que le resulta completamente desconocido. Sea como sea la experiencia de vulneración de derechos, el niño se incorpora a un sistema o a una red de personas que le es absolutamente ajena y no tiene, en un comienzo, buenas razones para confiar en esta. Una de las primeras ansiedades infantiles es perderse, pues bien, esta es la experiencia real por la que pasa un niño que ha sido internado. Se actualiza un miedo que la mayoría ha tenido, pero que a algunos lamentablemente les toca vivir personalmente.

Se trata de un adulto que, en nombre de su protección, invita al niño a vivir en un nuevo hogar. En otras ocasiones son llevados por carabineros quienes le dicen que se trata sólo de un pequeño paseo. En otros casos les dicen a los niños que sus padres se encuentran “trabajando” y que por ello deberán vivir en un hogar mientras no pueden cuidarlos.

Son retirados de sus casas y no se llevan con ellos más que su ropa, ningún objeto, ninguna pertenencia les acompaña (por ejemplo, una fotografía), pues el hogar les proveerá de todo lo estrictamente necesario. Así, se los hace partir del lugar en que vivieron sin ningún objeto, ningún recuerdo de su existencia previa. El niño se siente perdido porque en muy raras ocasiones existen adultos que le explican, en el momento en que se produce la separación y muchas veces durante el periodo de internación, las razones por las cuales habrá de vivir en un nuevo hogar. Las palabras son normalmente menos de las que necesita el niño para comprender su situación.

Ingresado al hogar, el niño se encuentra con una multitud de adultos quienes tienen por misión protegerlo, pero resulta que la persona que lo recibe en el hogar con esta intención ya no estará en la noche o el primer fin de semana, debido al sistema habitual de turnos que tienen los hogares. El niño, en su primera noche, como en las que le siguen, despertará alarmado, con ansiedad de saber en dónde está y de no saber por qué no están quiénes lo cuidaron durante el día. Ahora tiene enfrente adultos que no reconoce.

Los miedos infantiles de soledad y desamparo se actualizan en la experiencia cotidiana del niño.

Al día siguiente y en los que siguen, el niño buscará la ropa con qué vestirse y verá lo difícil que será encontrar sus propias prendas de vestir. Su dormitorio será compartido con 10 o más niños, en caso de que sean pequeños, quienes por la noche lo pueden despertar con sus propios llantos o sus llamados de auxilio producto de la situación de desamparo psíquico. En el caso de los mayores, deberán dormir en un dormitorio con otros niños que desconocen.

Al carecer de un financiamiento suficiente, los cuidados deben ser distribuidos entre cuatro a ocho niños por cuidadora. Esto implica necesariamente que el niño experimentará la carencia afectiva y, como lo muestra hasta el sentido común, el afecto para un niño es tan importante como el alimento. Es relevante tener esto presente dado que, si se pretende cerrar los hogares e instalar a los niños en familias de acogida en este mismo número, el problema no se solucionará en absoluto, simplemente ahora ocurrirá en otro lugar.

Mientras son pequeños, al interior de los hogares los niños sufren frecuentemente de enfermedades a la piel y problemas respiratorios. En periodos de debilidad física, el niño que se siente aún más desvalido, ¿cuenta con la preocupación y cuidados suficientes por parte de un cuidador que sigue a cargo de cuatro o más niños? ¿De qué forma el niño podrá denominar a la experiencia de estar enfermo y la mayor parte del tiempo solo?

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