No sabía de qué se trataba la enfermedad, por lo que nunca olvidaría lo que dijo su profesor sobre las personas con el virus. Ni mucho menos borraría de sus recuerdos ese día, el cual sería el inicio de una severa depresión.

Al salir de clases, como todos los días, se quedó compartiendo con sus compañeros afuera del colegio unos minutos, se despidió de sus amigos y luego tomó la micro habitual que la llevaba a su casa, en la que vivía con su madre y su padrastro.

Javiera intentaba dilatar lo máximo posible la llegada a su hogar.

Al entrar a la casa, no pasaron más de 10 minutos y ya se estaban gritando con su madre, como era costumbre. Los ánimos empezaron a tensarse. Ambas se insultaron, y en un momento de descontrol, la madre, a gritos, le confesó: “Pa’ qué querí ver a tu papá, ¡si ese hueón te pegó el SIDA!”.

Fue la primera vez que Javiera escuchó que tenía VIH.

Lo primero que pasó por su mente fueron las palabras de su profesor: “Las personas con VIH son lo peor, hay que alejarse de ellas”.

La herencia maldita

Fernanda, la mamá de Javiera, quedó embarazada en 1996. Estaba muy contenta ya que sería madre por primera vez. Pasó los nueve meses de gestación sin problemas. Cuando Javiera tenía tan solo un mes, comenzó con muchas complicaciones de salud. Estuvo hospitalizada varios días, pero nadie podía explicarle qué era lo que pasaba con su hija.

No pudo creer cuando el doctor le informó que ella vivía con VIH y le había heredado el virus por transmisión vertical a Javiera.

Lo que hasta ese momento no sabía es que Andrés, su pareja, siempre supo que tenía VIH/SIDA y jamás se lo contó: “Si él le hubiese dicho a mi mamá lo que tenía, ella habría tenido la oportunidad de tratarse y haberme dado alguna posibilidad de nacer sana”. Pero prefirió guardar silencio.

En los ’90 no era parte del protocolo médico realizarle a las mujeres embarazadas el Test de Elisa para descartar la portabilidad de VIH/SIDA. Gloria Berríos, enfermera encargada del Programa de VIH del Ministerio de Salud (Minsal) desde 1992, explica que el primer caso de transmisión vertical fue en 1987, por lo que había poco conocimiento y pocas estrategias para prevenir la transmisión materno-infantil.

Javiera no fue la única que heredó el virus en los ’90. Según datos entregados por el Minsal vía Ley de Transparencia, durante esa década hubo 137 nacimientos con VIH positivo, con una evidente alza por año.

Gonzalo nació con SIDA en 1994 y el virus fue lo único que le dejaron sus padres al morir.

Los papás de Gonzalo eran adictos a la heroína. Tenían una vida llena de excesos y descuidos, de tal forma que contrajeron VIH debido a las agujas infectadas que atravesaban por su piel.

Inés, su madre, buscó apoyo en la Fundación Santa Clara -hogar que nació a mediados de 1994, con el propósito de proteger a los niños con VIH/SIDA-. Ahí recibieron a Gonzalo y se hicieron cargo de él.

Lo iba a visitar frecuentemente a pesar de que su salud se fuera deteriorando. En el hogar fue donde conoció a María, una voluntaria muy comprometida con los niños de la fundación y particularmente con Gonzalo. En ella, Inés vio la posibilidad de dejar a su hijo en buenas manos, en caso de que el SIDA la venciera. Es por eso que le pidió a María que fuera la madrina de su hijo.

Pocos meses después, Inés falleció.

María, sin titubear, se hizo cargo de los rigurosos cuidados que requería Gonzalo. Poco a poco comenzó a llevarlo a su casa, hasta que definitivamente, le preguntó a Manuel, su esposo, si estaba de acuerdo en adoptar al pequeño.

Fue una decisión compleja y cuestionada por parte de su familia. La hermana de Manuel dice: “Todos pensábamos que Gonzalo iba a morir. En esos años todos morían por SIDA y muchos niños del hogar fallecieron. Sabíamos que eso sería muy doloroso para mi hermano”. Pero Manuel estuvo de acuerdo con adoptar a Gonzalo y lo acogieron como un hijo.

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Fuente: El Desconcierto